Hace unos meses ni se me hubiera pasado por la cabeza pasar una semana en Chiapas. Sin embargo, por una serie de carambolas hemos acabado allí de vacaciones. En primer lugar, los agradecimientos:
- A Pablo, el madrileño por el mundo (el que salió en la tele, sí) que vive desde hace muchos años en Chiapas y que nos preparó una ruta muy trotera por la región. Día por día, piedra por piedra, hotel por hotel. Impagable su amabilidad y ese par de hojas impresas que nos acompañaron en la guantera del coche.
- A Mónica, mexicana afincada en España, por darme el empujón definitivo para visitar el lugar. Confieso que al principio yo recelaba un poco del entusiasmo de mi marido, por mucho que él confiara en Pablo. Finalmente me autoconvencí por un argumento de peso: "si les gustó a los suegros de Mónica, unos señores castellanoviejos como Dios manda, igual el sitio no está mal del todo".
Dia 1
Cañón del Sumidero- Chiapa de Corzo- San Cristóbal de las Casas
El Cañón del Sumidero es una falla espectacular a la que se accede en barca durante un recorrido de unos 15km que termina en la presa de Chicoasén (aunque el barquero, para impresionar al turista, afirme sin temblarle el bigote que la "travesía" consta de 80km ida y vuelta).
El paisaje es sobrecogedor en algunos puntos ya que la pared del cañón alcanza un kilómetro de altura. A mayores, el barquero, para terminar de impresionar al turista (y de paso llevarse unos pesos extra de propina) tratará de localizar cuantos cocodrilos, monos araña y demás especies exóticas se pongan a tiro con gran regocijo del personal. Y es que, realmente, tener un cocodrilo a un metro de la barca, impresiona. Al barquero le acabas dando lo que te pida, pero para que acelere.
Al final del recorrido, junto a la presa, se genera un "ecosistema" que me recordó (sin tener nada que ver) a las marismas de Doñana por la profusión de aves acuáticas que allí pasan sus días, como garzas y pelícanos entre ellos.
El embarcadero está situado en Chiapa de Corzo, un pueblecito de aspecto típico colonial que merece un tranquilo paseo por sus calles y por su mercado en el que la actividad local y comercio diario se mezclan con algunos puestos destinados al turista ocasional.
Tras conocer el cañón y dar una vuelta por el pueblo, la siguiente parada en nuestra ruta era San Cristóbal de las Casas. En 1994 San Cristóbal de las Casas fue tomado por los zapatistas influyendo este hecho decisivamente para convertir la ciudad en lo que es hoy en día. Se trata de una población de casi 200.000 habitantes, también de aspecto colonial, donde conviven en armonía los locales (entre los que pululan diariamente numerosos indígenas de los pueblos cercanos) con miles de bohemios, intelectuales (e incluso algún desnortado) venidos de todo el mundo en la búsqueda de la senda zapatista, del ideario, del origen y de las fuentes de la revolución.
Al atardecer, en cualquier café del lugar que se precie, florece un grupo de música en directo. Sus mesas se llenan de señores con barba y señoras con sombrero (la combinación señores con sombrero y señoras con barba también se da) dispuestos a agotar la tarde en una tertulia infinita con una bebida y cualquier cosa que se pueda fumar. Si se pasea por sus calles, se pueden escuchar recitales de poesía a través de los ventanales abiertos de los edificios que acogen múltiples centros culturales, o ver correr apresurado a un cuarteto de cámara con los violines al hombro porque no llegan a tiempo para su concierto. Es un ambiente especial y casi mágico el de la puesta de sol en San Cristóbal.
Nuestro primer día en San Cristóbal consistió, básicamente, en comer cochito frito y un helado de cacao (de pecado mortal sin purgatorio), en pasear, pasear, pasear por sus calles y por el mercado de artesanía, y, fundamentalmente, en ver morir la tarde en una de esas terrazas (la del Café Praga) mientras desde el interior alguien no cantaba del todo mal con un micrófono y una guitarra. Se alternaba Ismael Serrano con Bisbal, sin mayor reparo. Para ser el primer día y haber cogido (perdón, tomado) previamente tres aviones, lo dimos por bien empleado.
Dia 2
San Juan Chamula- Comitán- El Chiflón- Parador Santa María
Nos levantamos en San Cristóbal de las Casas y tras sortear a una docena de mujeres que se afanaban en vendernos una especie de arroz con leche (mi religión y mis 12 créditos de microbiología me prohiben comer en la calle) localizamos un café en los soportales de una bonita plaza, A pesar del universal y ya impersonal aspecto a Le Pain Quotidien, allí servían desayunos con sabor chiapaneco como el pan de elote. Se trata de una especie de bizcocho, de sabor rico, pero con unos tropezones de maíz, que no me sedujeron. Ahora bien, el chocolate del desayuno, espectacular. Lo del cacao allí lo tienen muy dominado y eso es un plus para los que no tomamos café.
El último día de nuestro ruta terminaba en Chiapas así que decidimos dejarnos para la vuelta algún atractivo (como el mercado indígena) y poner rumbo a San Juan Chamula.
San Juan Chamula es un pueblo habitado por los tzotziles (una etnia maya) quienes han preservado muchas de sus costumbres. Lo más reseñable, junto con el mercado indígena frente a la iglesia, son los ritos que ocurren en el interior de ella. Se trata de una mezcla de sus rituales previos a la evagelización que conviven entre los santos católicos, apostólicos y romanos. Tras rezar en lenguas extrañas, retuercen el pescuezo de gallinas sin inmutarse, y después beben licor de maíz en botellas de Coca-cola (que previamente también bendicen, o exhorcizan, o a saber). Se trata de una iglesia sin bancos, con hierbas y velas desperdigadas por el suelo, donde se crea un ambiente en el que cualquiera, por poco pudor que posea, se siente, irremediablemente, invasor de la intimidad. Y sin embargo, uno no puede dejar de mirar a esas gallinas que dan sus últimos saltitos envueltas en bolsas de basura negras, y asombrarse de que, en el año 2014, algo así pueda seguir existiendo.
El siguiente punto del "orden del día" era Comitán. Otro pueblecito colonial cuya vida surge en torno a la plaza. Una pintoresca plaza de bancos de forja donde no cabía un solo limpiabotas más. Yo que soy muy de buscar analogías con mi tierra, tuve la impresión de que Comitán es a esa zona de Chiapas lo que Alcázar de San Juan a La Mancha Centro. Es decir, un lugar no especialmente bonito pero funcional, donde la gente de los alrededores lleva el coche al taller, o va a comprar comida, ropa, o trajes de novia entre otras cosas. ¡Qué cantidad de tiendas de novia! ¡Y qué diseños! Entramos en un mercado cubierto y fue entretenido, para, entre otras cosas, comprobar que mientras en España se monta la mundial por aquello de que si los yogures caducan o no caducan, en Chiapas viven felices sin ni siquiera refrigerarlos.
De Comitán a las Cascadas de El Chiflón. El Velo de la Novia es una tremendísima cascada de unos 120 metros de altura, que son muchos, con un mirador justo delante donde uno se refresca con el agua que cae (como si te pones a mirar a los que montan en el Tutuki Splash, pero a lo bestia). El recorrido por las cascadas me recordó a los domingos de primavera de hace veinte años con mis primos en el Nacimiento del Río Cuervo. Salvando la abismal distancia entre las cascadas, aprovecho cuña publicitaria para comentaros que el Nacimiento del Río Cuervo está a tiro de piedra de Madrid y es un gran plan dominguero. Al igual que en El Chiflón, el plan de la Sierra de Cuenca también incluye orquídeas en la visita.
Y de El Chiflón, al Parador de Santamaría. Se trata de una antigua plantación de café reconvertida a un hotel muy cuco, de únicamente ocho habitaciones. El botones se apresuró a contar con orgullo que "aunque antes era de españoles ahora ya es de propietarios mexicanos". Lo cierto es que después de haber visto 12 años de exclavitud uno no puede mirar estos sitios con los mismos ojos.
Esta hacienda es un lugar casi idílico, absolutamente cuidado, con jardines de cuento, una encantadora piscina e incluso una ermita que alberga un museo de arte sacro. Entre sus instalaciones hay incluso un decadente salón nocturno con barra, billar, y obsoletos reproductores de música que, se intuye, en otra época dieron vida a gloriosas fiestas.
El tópico de que hay lugares donde se detiene el tiempo, allí alcanzaba su expresión máxima. Durante las escasas quince horas que duró nuestra estancia fuimos los únicos huéspedes del hotel, así como los únicos comensales de su restaurante (junto con los sapos que nos acompañaban). Mención especial para el café del Parador, que sigue cultivándose en su huerto. Preparan una especie de "capuccino invertido" con leche cremosa en la parte inferior y café caramelizado encima que consiguió que hasta yo, que como ya he comentado, no tomo café, me viera en la obligación moral de repetir.
El único punto negativo del Parador de Santamaría fue no poder quedarnos a pasar dos días más entre las orquídeas del jardín y las polvorientas licoreras de su salón de billar. Como no podía ser de otra forma, un lugar tan especial tenía Thonets casi en cada estancia.
Día 3
Chincultik-Lagunas de Montebello- Las Nubes
Tras el memorable desayuno en El Parador de Santamaría, y con la firme promesa de volver allí algún día para simplemente "estar", nos encaminamos hacia Chincultik, que resultó una de las paradas más especiales del viaje.
Chincultik en maya significa cenote escalonado. Son unas ruinas coquetas, que conviene visitar antes de Palenque, para no mirarlas por encima del hombro y poder saborear como merecen. Nosotros recordaremos Chincultik, entre otras cosas, por el silencio que dominó la visita. Llegamos los primeros (serían las diez de la mañana, tampoco fuimos especialmente madrugadores) y pudimos disfrutarlas absolutamente solos. Tras subir un monte y unas terrazas escarpadas se llega al mirador donde, como recompensa, aguardan las pirámides y desde el que se contempla un increíble cenote. Un cenote que uno se imagina cual hambrienta fauce donde irían a dar con sus huesos todos aquellos esclavos o personas non grata que sacasen los pies del tiesto en aquella sociedad maya.
Salimos de allí con la sensación de que, tras el café del Parador y la "experiencia religiosa" en Chincultik no habría nada que pudiera enamorarnos más en todo el viaje. Pero nos equivocamos.
El siguiente punto en el orden del día marcado en la ruta de Pablo eran las lagunas de Montebello. No era el mejor día para visitarlas debido a que el cielo estaba nublado y no pudimos apreciar el color esmeralda de sus aguas, que es una de sus principales características. Como ventaja, aquel día se les habían acabado los tickets y la entrada era gratis. Eso estuvo bien. Las lluvias de los días previos le habían conferido al agua un color verde moco que, si bien le restaba belleza al conjunto, no conseguía en modo alguno arruinar la espectacularidad del paisaje. En muchas de las lagunas había balsas a base de troncos de corcho, sin motor, en las que dar un rústico y bucólico paseo.
Las lagunas más importantes son Esmeralda, 5 lagos, Tziscao e Internacional. Esta último recibe el nombre debido a que la mitad del lago pertenece a Guatemala y la otra mitad a México, siendo la frontera las boyas que se aprecian en la foto inferior.
En la entrada a los lugares de interés siempre hay guías ofreciéndose a enseñar el entorno. Nosotros no somos demasiado fans de viajar acompañados (y menos de este tipo de guías locales que, por lo general, tienen la misma credibilidad que los niños de Slumdog Millionaire enseñando el Taja Mahal). Sin embargo, en esta ocasión decidimos contratar a uno de ellos puesto que había algo muy importante que necesitábamos encontrar y para lo que necesitábamos un guía: una tele donde se sintonizase la final de la Champions League.
Miguel nos guió hasta un restaurante (si puede llamarse así), prácticamente el único con televisión en la frontera con Guatemala, allá donde no había cobertura telefónica y mucho menos internet. Comimos una mojarra (pez de la foto) en la misma mesa que los hijos del dueño del restaurante, y, dado el tiempo que tuvimos que pasar allí debido a la prórroga, les acompañamos también durante la merienda. Lástima que sólo uno de nosotros dos pudiese celebrar el fin del partido, pero, afortunadamente, fui yo.
De las lagunas de Montebello partimos hacia Las Nubes. Aquí ya comenzó la aventura real y nos adentramos en la selva profunda por carreteras maltrechas a 40 km/h.
Hablamos de una zona donde ya no hay Paradores con encanto ni cafés de autor. Ni siquiera la posibilidad de utilizar el teléfono. Hablamos de una zona donde se duerme en cabañas y donde lo único que ofrece el restaurante son "sincronizadas o quesadillas" (que resultan ser los mismos perros con distintos collares). Se trata de un lugar escondido, tanto que la carretera principal está cortada y se accede por un camino de tierra que desemboca en un puente colgante. Sí, tuvimos que abandonar el coche al otro lado del puente y cruzarlo con las maletas para poder llegar al Centro Ecoturístico donde dormíamos. Por si alguien se lo pregunta, en esta ocasión no éramos los únicos huéspedes, pero casi: había otra pareja de iluminados en las instalaciones.
Y lo tremendo no es llegar a la cabaña cruzando el puente del troll a lo Dora, no. Lo tremendo es la sorpresa cuando, maleta en ristre, mientras uno va pisando con cuidado esas tablas que se mueven más que las del Puente San Pablo (otra vez Cuenca) y se pregunta si ese vallado de pista de fútbol barata aguantaría un tropezón, de pronto gira la cabeza y se encuentra con ésto:
Cuando uno llega a Las Nubes se siente como en un capítulo de Lost. Entre ruinas, pero esta vez no mayas, sino ochenteras o setenteras, de alguien que decidió que aquello era un lugar idílico para vacacionar, pero que después cambió de idea (o le forzaron a cambiar).
En Las Nubes, además de las cascadas que se observan desde el puente colgante, hay un sendero ascendente con un mirador desde el que se observa algo tan impresionante como esto:
También se puede visitar "el túnel". Una garganta donde el agua desaparece con fuerza. El camino, una vez más lo hicimos en soledad, acompañados en esta ocasión por algunas culebras (quiero pensar que eran inofensivas culebras) que se nos cruzaban de vez en cuando.
Dormimos en una cabaña a unos 200 metros de la cascada cuyo ruido de fondo nos acompañó durante toda la noche, junto a las miles de luciérnagas que nos rodeaban. Sin duda, una experiencia.
Y hasta aquí los primeros tres días de nuestra semana en Chiapas. Si aún quieren ustedes saber más, incluídas nuestras retenciones varias por parte de los zapatistas, atención al próximo capítulo.
*Todas las imágenes, excepto la de la Catedral de San Cristóbal y la de la iglesia de San Juan Chamula (wikipedia) las hice yo con el móvil o con la cámara que nos regalaron con el plan de pensiones. Disculpen la tosquedad, y quédense con la idea de que, en directo todo gana, y mucho.
qué pasada de viaje, me ha encantado, me ha transportado a Chiapas y - esto es lo más entrañable - me ha recordado mi pasado de ingeniera forestal intentando conservar la fauna silvestre de las selvas del Perú <3
ResponderEliminarJesús, Boticaria, acabo la lectura agotada!!! Podías haber hecho un post por día, caramba.
ResponderEliminarMe imagino los magníficos madrugones que te habrás pegado y estoy disfrutando casi tanto como tú. Qué maravilla de viaje y qué bien lo cuentas... (exceptuando el maltrato a las gallinas y lo de la final)
Woow que bello viaje
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