martes, 6 de enero de 2015

Frivolidades traigo



Cuando la gente empieza un blog suele ir de modesta y decir aquello de que lo hace sin pretensiones, sólo por divertirse, sólo por compartir. Blablabla. 

Todo mentira.

Cuando cualquiera empieza un blog tiene la mínima pretensión de que alguien lo lea. Para lo demás ya está la satisfacción del “querido diario…”. Por cierto,  en este blog la que habla de libros es mi archienemiga pero ya que salen a colación los diarios, me he acordado de “Diario secreto de Susi, diario secreto de Paul”, un libro de Barco de Vapor bastante cursi que marcó mi infancia. Quedaría mucho mejor decir que marcó mi infancia La Historia Interminable pero la verdad es que fue ese nunca bien ponderado libro de la serie naranja. Y reconozco sin pudor que Momo, ya que estamos con Michael, me pareció un coñazo soberano.

Volviendo a las pretensiones. Nosotras queríamos que nos leyera mucha gente y ganar mucho dinero con el blog (más o menos como viene sucediéndole a todos los blogueros de pro que conocemos). Un año después, no hemos conseguido ni lo primero ni lo segundo. Pero, ojo, porque no hemos querido.

Lo segundo, lo de la pasta, es fácil de explicar: nos escribió un señor muy amable de Georgia empeñado en regalarnos una cifra indecente de dinero a cambio de unos pocos datos. Como somos muy dignas no se los dimos. Pero que sepáis que, hoy por hoy, podríamos ser ricas.

Lo primero, lo de la fama, tampoco es difícil de entender: teniendo en cuenta que no hacemos nada, absolutamente nada de todo lo que he escuchado en los eventos blogueros a los gurús que hay que hacer para tener visitas, lo raro sería que lo petásemos.

Siendo este el balance de las cosas materiales y superficiales que, por supuesto, son las que fundamentalmente nos preocupan, hace meses que decidimos entregarnos a las mieles de ser un auténtico blog de culto. Y se nos da fenomenal. Sobre todo a mí, que llevo sin publicar desde el diez de julio.

Hoy vuelvo aquí para comentaros un par de cuestiones que me agobian. Ya sabéis que en este blog no vivimos al filo de la noticia de alto impacto pero a mí me agobia ahora y no me agobió la temporada pasada. Es lo bueno del blog de culto, que una puede preocuparse y atribularse atemporalmente.

Recientemente he sufrido en mis carnes dos tendencias que me espantan y que parecen fascinar al personal. Como somos tontitos, lo importaremos rápidamente (insisto, si no lo hemos hecho ya) y por eso creo conveniente que estemos todos atentos.

Mi primer espanto sobrevino el día 31 de diciembre en el MoMA, visitando el lugar donde en tiempos pasados (siempre mejores, claro) levité frente a varias sillas de esas que me gustan. Yo llegué allí buscando las sillas (llevaba todo el día dándole el coñazo a mi familia con ver las sillas) y lo que me encontré fue con algo parecido a los recreativos de mi pueblo. Si mi pueblo tuviera recreativos, que me he venido un poco arriba.

Resulta que ahora los videojuegos se consideran arte y en el MoMA han decidido hacer hueco donde antes había sillas y en su lugar colocar el Street Fighter. Mi marido, que es un ciudadano tranquilo al que todo le viene bien, lejos de indignarse se echó una partidita con mi hermano. A mi hermano no suele venirle todo bien y, además, se le presupone algún conocimiento de arte, pero también pareció preferir el Street Fighter a las sillas.

Yo deambulaba por la sala buscando algo con cuatro patatas aunque fuera de los Eames (en ese nivel de desesperación estaba), pero no. En su lugar encontré esto como símbolo de cultura Pop o a saber de qué podría considerarse símbolo. 

La decepción tenía una imagen.


¡Un sillón hinchable! ¿Qué tipo de broma pesada era esa? No era. Es. Es de mal gusto. Yo no tengo nada en contra de los videjuegos y he estado enganchada a muchos. Pero que alguien pueda inclinarse por las maquinitas en la guerra sillas vs maquinitas no me indigna, me indigesta.
Sinceramente, fue un disgustazo para terminar el año del que afortunadamente me sobrepuse gracias a una conveniente barra libre nocturna. Eso sí, yo perdono pero no olvido. Desde el 31 de diciembre el MoMA me parece tan coñazo como Momo.

Qué humor el mío.

El segundo espanto es la absurda moda de los lugares secretos. Siempre ha habido lugares secretos. Vale. Funcionaban con contraseñas que corrían de boca a boca, gracias a las cuales podías acceder a antros donde tomarte una copa o comerte unos espaguetis. Bien. Tenía su gracia o incluso su lógica dada la dudosa legalidad de algunos de ellos.

Lo que no tiene su lógica son los locales donde se juega a imitar la época de la Ley Seca cuando ahora uno puede emborracharse dónde y cómo le dé la gana (más o menos). Y lo que tiene menos lógica todavía es que para acceder a esos locales secretos haya que hacer una reserva en un número que se obtiene en un lugar tan secretísimo como internet. En la propia página web del lugar secreto.

Bueno, pues fui a dos de esos sitios. En el primero, que abría a las cinco de la tarde, el “secretismo” iba con retraso y no nos dejaron entrar hasta y diez. Ni a nosotros, ni a otras quince personas que también tenían la misma reserva secreta y que hacían cola en la calle con nosotros de forma secretísima también.

El sitio era muy chulo, con sus reservaditos y sus cortinitas. Por lo visto, hace algún que otro año, la ley de un señor llamado Raines impedía beber a los ciudadanos en lugares que no fueran hoteles. Debido a aquello, empezaron a proliferar falsos hoteles con minúsculas habitaciones para salvar el obstáculo de la ley y poder servir bebida. Habitaciones en las que evidentemente no se alojaba nadie y que algún avispado rápidamente reenfocó hacia lupanares.

Garito turbio, secreto y moloncísimo, claro.


Hasta aquí, todavía bien. La cosa se complicó cuando llegamos al segundo garito secreto cuya puerta estaba elegantemente decorada por una torre de bolsas de basura que habrían hecho las delicias de Mrs. Primark. Además de tener que saltar las bolsas de basura para llamar, bajar unas escalerillas y llamar a la puerta de un sótano, resultó que allí no había nadie. Sólo un número de teléfono donde podían llamar los repartidores de bebidas (que por lo visto también debían desorientarse bastante con tanto secretismo).
Por supuesto, por allí deambulaban también otros secretísimos despistados como nosotros buscando el local. Gente que nos miraba cómplice en plan “vosotros también lo sabéis”. Lo sé, estáis pasando vergüenza ajena todos. Por eso es importante que valoréis mi sinceridad y mi afán por manteneros a salvo.

Y antes de que salte el que todo lo sabe y diga que en Madrid también hay algún local que juega con la broma del falso secretismo, le diré que sí, y que Club A de Arzábal (que me descubrió la que todo lo descubre, Me gusta mi barrio) es desde hace unos meses uno de mis nuevos sitios favoritos para acabar la noche. Pero, queridos, no hay color.  Su puerta es muy elegante, en lugar de bolsas de basura hay un portero muy amable y además ponen unas bolas de chocolate con las copas que ellas mismas valen la visita.  Ah, y un detallito que particularmente valoro: no ponen los hielos con la manaza llena de secretas bacterias como lo hacen allende los mares.

Con el ascazo que me da a mí la mierda secreta de las uñas ajenas.

Aquí lo dejo, que estamos de aniversario y mi archienemiga y yo tenemos mucho que celebrar. Disfrutad de los regalos de Reyes aunque siguiendo esa máxima absurda de “los regalos se dan en Papá Noel para poder jugar en Navidad” supongo que ahora sólo tocarán calcetines y jerseys.

Que Melchor reparta suerte.

4 comentarios:

  1. Gracias por compartir con nosotros tus experiencias para no tener que sufrirlas en carnes propias.
    Mis niños han abierto hoy sus regalos, les queda todo el año para disfrutarlos :D
    Feliz aniversario a las dos :*

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    1. Gracias a ti por la fidelidad y por mantener la cordura de tus hijos. ¡Vivan los Reyes Magos!

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  2. Michael Ende era un coñazo. Admitámoslo. Que le tenían que poner tinta de colorines para hacerlo llevadero. Lo que realmente molaba en los 80-90 era Tolkien, porque era de culto. Como un blog. Besis.

    Gwilt

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  3. ¡Ay, que ese sillón hinchable lo tienen en una de las primeras tiendas de diseño que abrieron en Barcelona y en la que jamás nunca nadie entro a comprar ¡Qué tomadura de pelo¡.
    Me encanta tu historia de "Speakeasy a voces". Sólo faltaba que estuvieran decorados con cosicas de la tienda de recuerdos del MoMA ...

    Feliz año, Boticaria¡

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