jueves, 3 de abril de 2014

Picasso, Jacqueline y Thonet


El ser humano, el mismo que se pasa la vida recortando cupones (o, en su versión 2.0, apuntando códigos promocionales) luego tiende a hacer cosas muy extrañas, como, por ejemplo, no valorar aquello que se le regala.

En Madrid, en la Fundación Mapfre, en pleno Paseo de Recoletos (calle del Monopoly, vamos, que no está escondido) se están exponiendo actualmente cerca de 200 obras de Picasso. Gratis. Hay entradas disponibles a cada hora y durante mi visita, les diré que, grupo de señoronas aparte, allí no había ni el tato (ni el gato).

No se asusten. La boticaria no ha venido aquí hoy a pontificar sobre el cubismo, ni el voyeurismo, ni la metamorfosis, ni mucho menos sobre la guerra civil española. El divino me libre. Aunque ya puestos, sí que me gustaría hablar un poquito sobre la alegría de vivir del pintor, que se fue a la tumba dejando locas a nada menos que ocho insensatas. ¿Qué les daría, además de brochazos?

Yo, a lo que he venido aquí, es a hablar de mis sillas. De mis sillas y del taller modernista
que se preparó el señor Pablo en la villa francesa de La Californie (cerca de Cannes) donde vivió siete años con su última esposa, Jacqueline. En un sitio así, si me empeño, hasta yo pintaba el Guernica.


 
No parecía un mal sitio donde esperar a las musas, y así lo veía él:
 
 
 
 

Jacqueline, 47 años menor que Picasso, fue la amantísima y abnegada esposa que le cuidó en sus última etapa y le vio morir en sus brazos. Aquella espectacular casa fue un poco la de tócame Roque, donde Picasso recibía a sus múltiples colegas y fans. De hecho, una pareja anterior, Françoise, le dejó alegando que "no podía vivir junto a un monumento histórico".



Jacqueline, al igual que las anteriores mujeres de su vida, fue una incansable modelo para el pintor. La gracia (para mí, en mi obsesión infinita) es que Jaqueline está sentada en una mecedora Thonet, de la que ya os comenté que Picasso era ilustre admirador. 

 
 



 
 
 
 
 
 
No les falta detalle: los "cuernos", la rejilla, y los trazos ondulados y sinuosos, son el sello Thonet que Picasso imprime en los cuadros donde aparece la mecedora.

Así, en Le Californie, entre palmeritas, molduras art decó, y días de amor y tertulia transcurrieron los últimos años de la pareja. Una vez que Picasso pasó a mejor vida, Jacqueline, tras unos líos feos de herencia, finalmente se suicidó. Todo muy de libro.

Insisto: la exposición es gratis y estará hasta mediados de mayo. Jacqueline os espera, sentada, en su rocking chair.


7 comentarios:

  1. Moraleja: una silla es para siempre.

    Ay, la joie de vivre, qué cosa tan maravillosa.

    Gwilt

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    1. Si tú lo ves así, bien. Le diré al valenciano que los diamantes me los dé a mí.

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    2. Con los diamantes me compro una villa en Normandía y/o Bretaña. La Costa Azul ya no mola.

      Gwilt

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  2. queremos sillas en los selfies! ;P

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    1. Yo le hice al Gremlin una foto en esa mecedora el otro día en la Casa de Cristal... la puse en IG y todo. ¿Te vale?

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    2. Yo también¡¡¡¡

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  3. No necesitaba pastillitas azules...esa casa es sexy a rabiar.

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