Suelo llegar tarde a todas partes, excepto a la estación. Genéticamente estoy programada para aparecer en Atocha con tiempo suficiente de haber cogido el tren anterior que viaja a mi destino. No es culpa mía sino de mis padres, ya les digo que es genético. Recuerdo haberles contado a ustedes en alguna ocasión que si a algún sitio llego especialmente tarde es a las modas, que me pasan por encima sin saludar. Sin embargo, a la moda de Twitter llegué puntual. Leí el otro día que Twitter tocó techo en 2012 y yo me abrí la cuenta el 31 de diciembre de 2011. Por los pelos.
Toda una legislatura llevo entrando a diario en esta red social durante la que me ha dado tiempo a clasificar encabronados y encabronadas. Disculpen ustedes si a partir de ahora uso únicamente el plural genérico masculino, pero "encabronados" es ya una palabra de doce letras y repetirla así a lo tonto me parece eso, una tontería.
Los hay inofensivos como el encabronado desfogador. Esas gentes que se meten en Twitter a soltar cuatro mayúsculas al aire porque han tenido un mal día: les han roto un piloto del coche, se les han colado en el supermercado o les ha bajado la regla (ah, no, que esto último suena machista, lo retiro). En definitiva, entran a protestar por cosas que al resto se las trae al pairo pero a ellos es tan terapéutico como tomarse una copa de tinto. Yo les recomiendo mejor el tinto, con moderación, sin aspiraciones hipolipemiantes sino meramente relajantes, y a ser posible, Ribera.
Luego viene un escalón más cansino, que es el encabronado activista. Aquellos que por su causa matan, bien sea su causa política, empírica, onírica o poética. Twitter, además, es el caldo de cultivo perfecto para que todos los que sufren por los pollitos enjaulados (por poner un ejemplo manido y no herir susceptibilidades) se encuentren y se retroalimenten. También es el caldo de cultivo perfecto para que todos los enjauladores de pollitos (por seguir con el ejemplo) también se encuentren y se retroalimenten. Y cuando se encuentran los enjauladores de pollitos con los antienjauladores de pollitos, se zurran y ya está. También lo deben de encontrar terapéutico a juzgar por la cantidad de tiempo que invierten en ello. A estas gentes no les recomiendo tinto, sino directamente aguardiente. Pero de los de verdad, sin mariconadas de cremas de orujo. Orujo a secas del que te lo tomas y convulsionas un poquito la boca involuntariamente en plan brrrrrrr. De ése.
Por último, el más profesional: el encabronado crónico. Dícese de aquel gachó del arpa que no necesita periodo menstrual (ups, otra vez) o pollito enjaulado para encabronarse. Vive indiscriminadamente encabronado. Lo disfruta. Es la versión 2.0 del enanito gruñón de Blancanieves y, al final, hasta le coges cariño. De esta última especie sigo a varios desde hace años. Sus exabruptos son tan cíclicos y previsibles como los tweets patrocinados. Y no, no les doy unfollow ni les silencio porque en el fondo, para mí son todo un ejemplo. Su eterna e indiscriminada bilis no es sino un reflejo de su frustración y, con perdón, de su mierda de vida. Todo un estímulo para no caer en su tentación más líbranos del mal. Amén.
No se confundan conmigo. Bien sabe cualquiera que me conozca que los mensajes buenrollistas me provocan más ronchas que el albariño. Que soy de natural pesimista y la botella no la veo medio vacía, sino medio rota. Sin embargo, ahora que empieza el nuevo año y los deseos de felicidad flotan en el aire, les deseo a todos los encabronados, sean de la intensidad que sean, que se busquen a alguien. Y si no lo encuentran, que lo paguen. Me refiero a un psicólogo, a ver en qué estaban ustedes pensando.
El desencabronador que los desencabrone, buen desencabronador será. Aunque sea un coach, ea.